
Uno se encuentra los ejemplares más variopintos en las márgenes fluviales, y si no, para muestra un botón.

La Quesera en invierno. Dos imágenes que pudieran parecer B&N, pero os aseguro que tienen todo el color que había en la realidad, bajo la tempestad; el frío y el viento eran tan intensos que apenas podía aguantar diez minutos fuera del coche y tenía que apoyarme sobre el trípode para evitar que rodara con la cámara ladera abajo.

El aire nocturno, espeso y caliente, transportaba lejanos perfumes de madreselva, aromas cercanos de colonia barata, olores de fritanga. Nunca íbamos a aquel bar de donde salían estos últimos, la economía familiar no daba para las dos cosas, había que elegir, o aperitivo o cine, y mis padres elegían siempre cine. Alimentaban sus sueños y dejaban a las tripas en ayunas. Aquellas noches de domingo ofrecían el potaje cultural de toda la semana; el resto era un sobrevivir, un tirar para adelante y que fuera lo que Dios quisiera.
Río Tajo. Paraje de Buenafuente del Sistal.