domingo, 17 de febrero de 2008

El Tajo, verano.


Río Tajo.



Una nutria rasga el resol mineral de la tabla que lastima los ojos, el mediodía ortiguea la nuca, los brazos desnudos. Los hombres humillan la frente, las rodillas en la arena apelmazada y húmeda de la playa, cogen agua, consuelan la piel abrumada de julio. Las cañas reposan apoyadas en un espino, una es de bambú, tan hermosa como anacrónica. Los mitos revolean la sarga que hunde algunas ramas en la corriente atrapando brillos, reflejos, insectos. Los hombres se sientan en el cauce, con el frescor por la cintura, uno fuma, el otro respira. Apenas hablan, se entienden con mirarse. El aire reverbera sobre las encinas, sobre los farallones anaranjados y azules, sobre las peñas redondas, como caparazones de tortugas muertas varadas en el río. El río es azul y verde, verde esmeralda en los pozos, azul en las tablas, iris completo en el temblor duplicado del paisaje; donde la luz total, blanco; añil en algunas oquedades, y en la penumbra nocturna un universo en el agua.

Una tomada, otra. Los hombres sonríen, observan, luego se levantan como con desgana que no es más que gozo tranquilo e íntimo de lo que acontece, demora consciente y plena. La tarde serpentea en el cañón arrastrando sonidos, líquidos rumores, fragores de espuma, caracolas de un mar lejano. Los pescadores concentran la mirada y el alma y los sentidos en la pesca, y el tiempo se vuelve ajeno, desaparece de su mundo acechando desde el horizonte, sólo es una huida momentánea, al final siempre gana, pero aún queda una eternidad y los hombres se impregnan de ella.
El río habla su lenguaje, ruge y susurra, empuja y retiene; a veces terrible y siempre fecundo, fluye su verso en la mente del pescador, fascinado por la arbitraria lógica de la naturaleza.
La eclosión cesa, las aguas enmudecen y los hombres recogen su ser antes arborescente y lo recluyen en su interior, cargado de la esencia de la pesca que envenena sus sueños, reforzando el vínculo creado la primera vez, cuando el pescador inocente bebió la magia del río y quedó irremediablemente enamorado.
La tarde calcinada se difumina por los imbornales del cielo y la luz violácea, traspasada por la voz lejana del autillo, se derrama por los cantiles cubriendo el bosque con un alud de sombras, las truchas pacen estrellas en el azogue fluyente de las tablas, los pescadores apuran la luna.
Sin querer llega la tregua, los hombres rinden las lanzas a la noche y abandonan el campo. El coche trepa como resignado por el camino polvoriento que asciende la abrupta ladera entre un bosquecillo de quejigos, corona la meseta donde las sabinas se mecen suavemente con la brisa cálida que levanta un perfume de tomillos, de lavandas y ajedreas; los hombres trazan la derrota, el rumbo a la ciudad. Atrás, en la enorme cicatriz de la tierra, el río ahonda la herida a dentelladas húmedas; en el mar verdegris ondula su cuerpo argénteo. Es el Tajo todavía joven, impetuoso y atronador como un dios nórdico, delicado como una flor. El Tajo, que atrapó los sueños de mis amigos, mis sueños, el río que nos transporta a otros mundos. El Tajo que es Dios, nuestro dios particular.

7 comentarios:

Brit. (lille meg) dijo...

I cannot understand a word of your writing, but I enjoy your pics.
They are very good!

Antonio García Escudero dijo...

Thanks lille meg

Anónimo dijo...

Has visto como si que son buenas y gustan !
Este cuento de la nutria lo estaba esperando... Con el aprendi lo que son las "tablas". Vives el rio y haces que los demas tambien lo respiremos. Un besote dominguero.

Anónimo dijo...

Ah, la foto personal me suena ;-) Pero, digo yo, habra que pensar en hacer una mas actual, no ? Proximamente, espero...

Unknown dijo...

enorabuena por el blog,está muy bien el relato y las fotografías son muy buenas

Unknown dijo...

El Tajo es Dios y tú eres su profeta. Nos hacer respirar tu río.
Un abrazo

Manuel Bernal dijo...

Antonio, perdona pero antes entre con otra cuentas.

Ya charraremos.

Manolo